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martes, julio 2, 2024
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EL CIRCO DE LA COSTA

Por Daniza Hernández

«No se pierda la última función del circo Alondra», megafoneaba un hombre dentro de una camioneta Chevrolet Apache del año 64, con una camisa verde con diseño de palmeras, melena castaña y el rostro moreno y agrietado por el sol. Todo el mundo en el pueblo sabía que esa no sería la última función del circo sino que el inicio de una larga estacionalidad para esperar el invierno, porque aunque la voluntad del Alondra era irse pronto, era sabido que en Carahue los circos terminan varados y muchas veces sus integrantes atraídos por las fiestas y la alegría de una ciudad cumbianchera, pierden la cabeza y terminan huyendo a balazos o bien escoltados por los propios carabineros hasta la entrada del pueblo.

La decisión de quedarse, además de la diversión, era económica, habitualmente los circos venidos a menos, tienden a buscar pueblos costeros donde, pese a la inflación, los precios siguen siendo baratos. Otro de los factores, era la “vaguada costera”, fenómeno climático que permite que la helada no se lleve a nadie por delante.

En plena semana Santa, cuando las hojas de los árboles comienzan a tomarse la plaza de colores crepusculares, “El Alondra» arriba al pueblo con un desfile de carros alegóricos presididos por una atractiva mujer llamada Celeste, principal atracción del circo y cuyo rumor de belleza se había extendido por los pueblos aledaños asegurando, en los primeros tres días, la recaudación del mes. No obstante, con tantos paseos de otoño, Celeste también estaba de capa caída, casi en los huesos y con una tos crónica. Por lo mismo, solo exhibían a la chica en el espectáculo nocturno a través de un acotado número de variedades en la primera tanta del show.

Fotográfia gentileza Enzo Cortesi

Del otrora apogeo del «Alondra», solo quedaban los recuerdos, condenado a transformarse en un circo de trapito, su dueño, el mismo de la Chevrolet, había decidido replegarse en la Costa y tras levantar aquella enorme carpa azul, el hombre no estaba dispuesto después de tantos ños a bajar la cortina por culpa de la crisis económica.

El Alondra era lo único que tenía y no dejaría que se estacionara mucho tiempo en un pueblo de geografía quebrada, de tres pisos, inorgánico, nostálgico, bordeado por un río, que vive del recuerdo de una época de gloria, lleno de poesía, bares, mujeres hermosas, con una cumbia de fondo y siempre de color atardecer.

Pero como todos los circos que llegan a Carahue, más de alguno queda atrapado no solo en el invierno, sino varios años, fenómeno que afecta a algunos elencos circenses que terminan cautivados irremediablemente por la magia de un pueblo aficionado al vino, el futbol y los velorios. A la luz de los antecedentes, El Alondra, era el candidato perfecto para quedarse.

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