Dos figuras llegaron para unirse en Nueva Imperial

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Juan Toledo Bahamondes

El universo humano está lleno de sorpresas, nadie sabe lo que le depara el destino a la vuelta de cada esquina. Nadie conoce el futuro…y de pronto sus caminos se bifurcan o se unen. En el caso de la Nueva Imperial, aquella ciudad que llegara con ímpetu y arranques de gran ciudad y que hoy, desde un tiempo duerme en el cansancio de los siglos, ha sido poblada por viajeros que llegaron un día a cumplir un papel en la vida nacional, y permanecieron, quedándose a vivir para siempre junto a ella.

Eso ha sido siempre, se ha repetido por años en los tiempos; así tenemos en la contemporaneidad, el caso de Mercedes Moraga Molina, quien naciera el 24 de octubre de 1942 en Vilcún, era hija de Juan de la Cruz Moraga Bello y de Betzabet Molina Padilla. Quien llegará junto a su familia hasta la ciudad de orillas del Cholchol. Un día entraría a laborar como paramédico en el Hospital Intercultural del Alto, que se estaba inaugurando en la ciudad, sería allí, en ese establecimiento donde haría su vida funcionaria, hasta que llegara a obtener su retiro, acogiéndose a la merecida jubilación.

Un caso paralelo es el de Alejandro Méndez Schifferli, quien llega a estas tierras del Treitraico, desde Traiguén donde naciera un 28 de septiembre de 1940, en el hogar formado por Luis Alberto Méndez Baeza y Carolina Schifferli Rintel. Quien llega a trabajar en el Hospital Intercultural del Alto de la Nueva Imperial, donde trabajará hasta que llega su tiempo de jubilación: el descansar de sus esfuerzos laborales.

Fue en un día, una mañana de prestancia primaveral, que las miradas de estos dos trabajadores de la salud se cruzaron en medio de los pasillos del Hospital. Aquella mirada queda prendida en ellos y, lentamente, fueron compartiendo tiempos en el tiempo de sus vidas, se fueron acercando, confraternizando y el 17 de marzo de 1966 se dan el si, se unen en el sagrado matrimonio, iniciando una vida en común.

La vida matrimonial tiene sus atractivos, sus penas y sus alegrías compartidas. El matrimonio es cuestión de dos, que poco a poco se va disfrutando y se va compartiendo, cuando nacen los hijos se piensa en la realización, (se sublima el amor entre ellos y con su Dios) en este caso serán dos hijos, un hombre y una mujer, Jorge Alejandro y Carolina Viviana.

Ellos han entrado de verdad a compartirlo todo, su trabajo, sus idearios y hasta sus pensamientos, trabajadores del área de la salud, socialistas y bautistas. Han conseguido vencer la barrera de los tiempos y ha llegado el retiro laboral, entraron a conquistar la jubilación, esa que, como decía el genial Cantinflas, viene de júbilo y es para disfrutarla, pero que es solo la alegría de pensar que se vive sin horarios.

En este caso del Valle del Treitraico, viven la alegría de amarse y disfrutar la mutua compañía al tiempo que el cariño de sus hijos, y verse proyectados en sus nietos, en medio de una tierra que nos da la dicha de la tranquilidad espiritual.

Ellos, como otros muchos llegaron a este valle a realizar una función y se enamoraron quedándose, proyectándose, hasta terminar buscando descansar en el amor espiritual de su fe y en el amor compartido entre si.

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