Referirnos a que nuestro hogar se pueda constituir en el primer faro de luz, donde debiéramos adquirir algunas herramientas fundamentales para construir nuestro camino de vida, seguramente, para muchos no será de gran novedad. Lamentablemente suele ser muy común, que esos primeros pasos donde podríamos haber sido provistos de una especie de “armadura emocional”, entre otros aprendizajes, en muchas ocasiones, es deficiente o sencillamente no se da. Luego hoy, en este mismo sentido y tal vez con mayor urgencia, tenemos un imperativo de aprender a escuchar mejor para comenzar a lo menos, a limpiar, reconstruir o mejorar estas habilidades emocionales de interacción con los otros.
Ahora bien y pese a esta breve reflexión, lo que pudimos encontrar en nuestras casas cuando éramos más pequeños, tal vez fue:
- Contar con padres o hermanos mayores que eran excelentes oradores (hablaban y hablaban);
- Una vida tan rápida y ajetreada que los espacios para dialogar en familia, casi no existían.
Luego si lo único que observamos durante esta etapa eran personas que se preocupaban de hablar y nosotros mismos no teníamos posibilidades de expresarnos; ¿cómo podríamos saber lo importante que era aprender a silenciarnos, sin creer que estábamos reprimiendo nuestras emociones? o también, ¿cómo podríamos haber aprendido a escuchar?
Pero a todo esto, ¿porqué puede ser tan importante, más que hablar, aprender a escuchar?
Cuando nos callamos comenzamos a conocer más a los otros, porque ponemos nuestros sentidos en disposición de poder verlos con mayor amplitud, esto quiere decir con mayor detenimiento. Así, por ejemplo, podemos observar la posición como los otros están parados. También las posturas físicas que los demás adoptan permitiéndonos conocer de alguna manera ciertas emociones o estados de ánimo que pueden traer consigo. El no hablar, también nos facilita la posibilidad de examinar nuestro propio estado de ánimo.
Quiero aclarar que cuando se dice que es conveniente “comenzar a callarnos de a poquito”, no es una invitación a guardarnos nuestras emociones o privarnos de decir las cuestiones, que, resultan fundamentales de ser declaradas, sobre todo con nuestros seres queridos, lo que se propone aquí, es que intentemos disminuir nuestras palabras cuando nos comunicamos, probablemente de esta manera, tendremos más espacio para que el otro/a me exprese lo que está sintiendo o saber qué es, lo que quiere de mi… A veces, aunque sea extraño, lo único que se desea, es ser escuchado. De hecho, muchas técnicas en psicología, en ocasiones suelen tener éxito (entre otras cosas) cuando el consultante, logra ordenar sus emociones y/o pensamientos, y simplemente exponerlos frente al terapeuta. El escuchar, es una acción tremendamente relevante y más profunda que simplemente callarnos ya que requiere dos cosas fundamentales, que habitualmente no se mencionan, como resultan ser:
- Debemos distanciarnos de nosotros mismos, es decir, aceptar que las personas pueden tener otras formas de ser, distinta a la mía;
- Además, aceptar que lo que me dicen los otros, son acciones posibles, que nosotros mismos podríamos llegar aejecutar.
Estas dos características, en resumidas cuentas, quieren decir, que cuando escuchamos nos deberíamos poner en el lugar del otro, atentos y dispuestos a legitimar sus dichos.
Ahora bien, una forma que atenta claramente contra esta capacidad de escuchar de buena forma, puede darse cuando a alguien que me está hablando, le causo constantes interrupciones. Esta actitud, puede provocar en el emisor del mensaje, alguna de las siguientes circunstancias:
- Sensación que lo que está diciendo, no es importante;
- Olvido de la idea de lo que estaba comunicando;
- Molestia o incomodidad ante tantas interrupciones;
Cuando nos ocurra esto y nos corresponda estar en la posición de quien está hablando, pudiera ser conveniente hacerle ver a quien está constantemente interrumpiendo, que las dudas o preguntas que tenga las realice una vez que concluya la idea. Si en cambio se está en la posición del que realiza las interrupciones, se puede ir tomando apuntes de las dudas que puedan ir surgiendo y/o hacer un esfuerzo de no hablar hasta que el emisor realice una pausa.
“Normalmente damos por sentado que lo que escuchamos es lo que se ha dicho y suponemos que lo que decimos es lo que las personas van a escuchar…”
Si nos detenemos a analizar las frases anteriores, podremos entender con mayor claridad, que, por desgracia, en algunas oportunidades (y no pocas) lo que se ha dicho, no es lo que escuchamos y lo que decimos no es lo que las personas van a escuchar…
Por lo antes expuesto resulta tan relevante, ocupar los espacios de silencio para analizar la información que estamos recibiendo, a través de los cinco sentidos. De ahí la interpretación de la frase “Debemos aprender a escuchar con las rodillas”, no es más que disponer todo mi cuerpo para captar todas las señales de comunicación que me entregará el emisor”.
Pero, ¿en qué puede contribuir aprender a hablar menos o escuchar mejor, con lo que ocurre a mí alrededor?
Definitivamente cuando vamos comprendiendo que al restar palabras puedo aumentar mis pensamientos reflexivos, puede ocurrir que:
- Estemos más conscientes de lo que estamos sintiendo y de lo que les pasa a los otros;
- Aprendamos a regular de mejor forma nuestra ansiedad o apresuramiento para mirar las cosas;
- Contagiemos a los que viven y comparten a menudo con nosotros, de una forma más pausada de actuar;
De esta manera, podemos llegar a ser padres que escuchan a sus hijos con el corazón; menos hijos que gritan o levantan la voz para que sean escuchados y ciudadanos que se apoyan en la reja para disfrutar de las historias contadas por su vecino.
IVÁN ANDRÉS BASCUÑAN ARAVENA
Magíster en Psicología Social
Máster en Inteligencia Emocional
COACH ONTOLOGICO Terapia y Talleres/ Consultasuniones1068@hotmail.com Fono +56985540162