¿Cómo es el Chile que viene? debe ser una de las preguntas más formuladas a lo largo y ancho del país, desde que tuvimos los resultados de la elección de constituyentes. Algunos –la gran mayoría–, han abrazado esta nueva realidad con esperanza por cambios que hagan mejor a Chile; otros, los menos, se han decantado más bien por la desconfianza.
Lo cierto es que, con la configuración que alcanzó la nueva Convención Constitucional, la mayoría de los chilenos optaron decididamente por un cambio. Sería claramente un error de diagnóstico que, dada la composición de la nueva constituyente, se pensara que Chile hizo un viraje a la izquierda, recurriendo además y para ello a viejos constructos, propios de otras épocas, donde se busca caracterizar a dichos sectores, todavía en el siglo XXI, como exclusiva y decididamente totalitarios, expropiadores y estatistas. Nada más alejado de la realidad actual, y del contexto geopolítico y económico en el que hoy vivimos.
Si en Chile hubo un viraje, éste corresponde a una demanda de cambios, frente a un modelo de desarrollo que a Chile le quedó estrecho. El neoliberalismo que impusiera la dictadura, bien administrado –y con los exiguos espacios que permite para la intervención del estado, en función de corregir en alguna medida las inequidades que genera–, permitió a Chile en su momento, un crecimiento económico sostenido que derivó en amplios avances, por ejemplo, para superar los altos niveles de pobreza, que afectaban al país como mal endémico.
Sin embargo, ese modelo ya completamente agotado, hoy está en el ojo del huracán, porque al restringir el rol regulador, tributario y distributivo del estado, contribuyó a concentrar en extremo la riqueza; y creó una sociedad de consumidores, generando una cultura donde las personas se validan por el tamaño de su bolsillo.
En esta realidad, los sectores de menores ingresos observan con impotencia cómo son unos pocos, los que disfrutan de las mejores prestaciones en salud, educación, previsión o habitación; mientras las familias menos afortunadas se endeudan por años para adquirir un lugar donde vivir, mayormente hacinados y sin espacios públicos; una gran proporción de niños menos afortunados reciben una educación de dudosa calidad; los pobres aguardan en interminables listas de espera de los hospitales, y una inmensa mayoría de adultos mayores recibe pensiones mínimas e insuficientes para vivir dignamente.
La buena noticia que debemos traer, desde la política, para quienes dudan de este proceso, es que Chile no está inventando la rueda con un proceso constituyente como éste. Un giro en el modelo de desarrollo de Chile, difícilmente conducirá a un ordenamiento político y económico que atropelle el ordenamiento democrático o excluya al mercado.
Queremos contarle a la tradicional derecha económica y política de este país –aunque probablemente lo saben, pero no lo quieren reconocer–, que en el mundo existen por lo menos 5 tipos distintos de capitalismo. Y en Chile llevamos unos 40 años con el más extremo de ellos, el neoliberalismo, que confía en la desregulación casi absoluta del mercado –abogando por las menores tasas impositivas posibles, y el menor gasto social que se pueda, basado en el individualismo más brutal donde cada cual camina solo por la vida, sin solidaridad y cooperación, entre otros principios–; con los resultados que ya todos conocemos, y que derivaron en el mayor estallido social de malestar que vimos en octubre de 2019.
Por eso, el Chile que viene será distinto. Hoy, la inmensa mayoría queremos un país que siga respetando las libertades y la iniciativa personal, en el marco de un estado democrático de derecho, de pluralismo y diversidad. Lo que pedimos es que se acaben los abusos; que existan pisos mínimos de dignidad y calidad. Que existan derechos básicos establecidos y garantizados como bienes públicos y con estatuto legal de tales, como por ejemplo en salud, educación, seguridad social, vivienda y espacios públicos, agua, medio ambiente y naturaleza; y que esos derechos no dependan del bolsillo de cada cual. Que el dinero no sea lo determinante. En el resto de la economía el mercado regulado hará lo suyo, como ha sido siempre el intercambio que ha existido en las sociedades humanas.
Además, ese nuevo modelo debe establecer una hoja de ruta clara y decidida para que Chile deje de ser un país subdesarrollado. Ejemplos los hay distintos: países que han optado por desarrollar matrices industriales complejas; otros, que han optado por brindar valores agregados a sus productos ya existentes, o por explorar otras opciones, como por ejemplo la industria turística; y en cualquier caso, poniendo en el centro el respeto por el medioambiente. En otras latitudes, a estos modelos capitalistas que combinan justicia social y desarrollo sostenible, se les ha denominado Economía Social y Ecológica de Mercado.
Por todo lo anterior, no hay que temerle al proceso constituyente que viene. Se ha dicho que la Convención electa representa de muy buena forma a la sociedad chilena; y cómo no, si los chilenos escogieron desde trabajadores hasta profesionales, pasando por profesores, profesores de Derecho Constitucional y economistas. Estamos seguros, que en este grupo diverso de chilenos y chilenas hay un ímpetu de cambios, pero también un profundo sentido de responsabilidad. Esa es la mejor combinación, que nos llevará a construir el Chile del mañana.