Por: Emilio Orive Plana
Ni en sueños hubiera imaginado sufrir síndrome de abstinencia por la pérdida de mi celular. No me di cuenta de la dependencia a la que había llegado por pretender ser parte de la legión de zombies en que me he convertido, por culpa de un pedazo de plástico.
De un tiempo a esta parte, ¿unos diez años serán?, me tienen a punta de términos extraños para un oído poco entrenado: Youtube, stickers, gmail, facebook, google, whatsap, instagram reels, tik tok, streaming y de un cuantuay de palabras anglo, además de información que me estruja el cerebro y manipula mis más recónditos sentimientos y emociones.
De chico, tuve muchísimos compañeros de colegio pero amigo verdadero, yunta cómplice, de correrías adolescentes y confidente de mis primeras penas era uno solo: Libardo, mi amigo del alma y lo fue hasta que partió a volar por otros rumbos.
Ahora me han aparecido, de repente, decenas de amigos a los que solo conozco por el dedo levantado, menos mal que el pulgar…Es la tóxica pantalla idiota, ahora en versión más chica, que cautiva con su magia mentirosa.
Dicen los expertos, conocedores de estas cosas que los smartphone aterrizaron en nuestras vidas para quedarse. El teléfono celular llega a consumir, en promedio, unas 80 mil horas en la vida de una persona”normal”o sea unos 9 años de su existencia o 4 horas diarias de nuestras cortas 24. Jamás habíamos estado conectados con tanta gente y al mismo tiempo tan aislados de nuestro entorno.
Debo confesar que me he vuelto adicto al aparatito, una porque no deja de asombrarme el poder sostener en una sola mano y disponible 24/7, todas las grandes bibliotecas del mundo para satisfacer mi curiosidad de hurgar en los vericuetos del conocimiento, ( nunca más certero aquello de que el saber ocupa poco espacio) y la otra porque estoy metidos a la fuerza en el modo digital imperante y en todas partes o dejas tu número de móvil y gmail o estás fuera del sistema y nadie te pesca aunque seas adulto mayor y no nativo de la Internet.
Tengo, como muchos, una pequeña biblioteca con enciclopedias, colecciones de cómics, revistas, novelas y literatura clásica del tiempo en que mis hijas eran estudiantes sobre todo de primaria y parte de la secundaria cuando era común y de mucha utilidad usarla, pero que hoy solo sirve para acumular polvo, el que sacudo de vez en cuando para no perder la costumbre de acariciar mis viejos recuerdos.
Estoy en la duda si reponer mi celular o reconquistar el tiempo perdido cuando mi mayor placer era sentarme a leer un libro así que, mientras me decido voy a tratar de recuperar, me imagino mi ya inservible smartphone desde dentro de la taza del baño, hacia donde resbaló del bolsillo de mi camisa cuando me agaché a tirar la cadena.