Por: Emilio Orive Plana
Últimamente me he estado preguntando: ¿Éramos más felices, antes que ahora? Es una interrogante no solo para gente mayor sino también enfocada en los más jóvenes, por la velocidad con que se van sucediendo las etapas de la vida en la juventud y sabiendo lo relativo que pueden ser las experiencias de cada cual, no obstante por mucho que lo deseemos, no siempre podemos ser felices. Aún así, según los sicólogos, los malos momentos son imprescindibles para nuestro desarrollo.
Otras personas piensan que Dios creó un plan de la felicidad para su pueblo elegido, pero solo es una ilusión, porque teólogos, razonan y con razón que la felicidad es un viaje, no un destino.
Por muchos años se ha establecido, como paradigma, la confluencia de tres factores para alcanzar la felicidad: La salud; El dinero y El amor.
La salud es fundamental para ser feliz y muchos se obsesionan con ello, tanto que cualquier enfermedad la ven como una tragedia.
El dinero como un fin no asegura la felicidad, pero el no tenerlo, puede hacernos muy infelices
La estabilidad en el amor puede ser básica para el bienestar interior, pero una felicidad artificial, sin altibajos, puede transformarse en rutina, peor que lo anhelado.
¿Por qué no se puede ser feliz como uno quisiera? Pienso que, en parte, tiene que ver con las falsas expectativas que cada persona se forja frente a los acontecimientos que aún no suceden, porque se atormentan con el futuro que sabemos no existe, lo que me sugiere que la felicidad está aquí y ahora, al alcance de la mano en las cosas más simples pero que no las vemos, como la compañía de un amigo con el que compartimos una copa de vino, por ejemplo. En el reconocimiento al talento del malabarista en el semáforo o en la sensación de bienestar que produce el dar sin esperar nada a cambio.
Parece tener sentido el que las cosas al parecer más insignificantes nos den la felicidad que siempre hemos buscado en objetos que, finalmente nada aportan al crecimiento espiritual. “Puedes ser feliz con poco y triste con mucho”, como dice el proverbio.
Mi abuela nos contaba la fábula que, muchos años después, descubrí era un cuento del novelista ruso León Tolstoi: de un poderoso Zar que a pesar de toda su riqueza, no era feliz. Sus consejeros dijeron que la única manera de serlo era poseyendo la camisa de un hombre que fuera muy feliz así que, se dieron a la tarea de buscar por toda la comarca y por países vecinos, alguna pista que les sirviera para encontrar la preciada prenda. Hasta que un día hallaron una humilde choza a la que entraron y vieron a un hombre semidesnudo que cantaba alegremente y decía: -¡Que feliz soy!, hoy me han pagado por mi trabajo, tengo una salud de hierro, mi familia y mis amigos me quieren mucho, ¿Qué más puedo pedir?
Los emisarios volvieron compungidos donde el Zar, llevando una mala noticia: el hombre más feliz de la tierra, no tenía camisa.