Por: Matias Vidal Huichal
Desde la irrupción de los televisores y el acceso a los medios digitales en nuestros hogares, se han estado desafiando todos los rituales que son propios de un hogar, alejando de esta instancia lo que conocemos como «núcleo familiar» o «vida común» resultando así en coexistencias de soledad aisladas. La silla del papá o la abuela siempre fue respetada por todos, nadie osaba utilizar la silla, ni siquiera el gato. Esto porque en nuestros hogares siempre hubo espacios que estaban con una carga emocional especial, La sopa familiar por la noche, cantar en agradecimiento antes de la comida, apurarse a comprar zapallo los días de lluvia para hacer picarones (sopaipillas pasadas), poner la mesa, ir a dejar la visita al portón, entre otros. Es una problemática que está generando quiebres muy profundos en la sociedad, en la base de la sociedad (la familia). Nos hemos olvidado de mirarnos a los ojos para conversar, se nos olvidó cómo sonreírle al vecino, no sabemos pedir favores ni mucho menos hacer favores, Hay algo que nos está deshumanizando. Le tememos a los silencios prolongados, sentimos incomodidad sin saber que estos son necesarios al igual que en las partituras escritas por los grandes de la música, después de los silencios en la conversación sincera, se acercan las palabras del corazón, pero es muy difícil aguardar por esto cuando estamos esperando un pequeño silencio para responder un WhatsApp, o revisar noticias en Instagram o buscar la última canción de un artista x en YouTube. La conversación implica un tremendo esfuerzo y trabajo y no está exenta de peligros, es esa la instancia en la que entras a lo desconocido y nos obliga a salir de nuestras certezas, convicciones y actualizar nuestra percepción sobre la vida, es el momento que nos impulsa en un desarrollo interno. Hay autores que nos orientan sobre este tema y señalan que sin diálogo nos empobrecemos, nos condenamos a desaprovechar una de las expresiones más importantes del lenguaje, la palabra. Dialogamos en un mundo de sordos y ciegos en donde ni una de las partes está dispuesta a ceder en lo absoluto, abundan los «yo creo que», no hay una apertura real a la significancia del diálogo, olvidamos a nuestros antepasados y sus conversaciones a la orilla de un fogón, conversando sobre los dolores, los fracasos, las victorias, pero jamás renunciando a aquello que llamaron sacramente «núcleo familiar». Debiéramos recapacitar en nuestro concepto del diálogo, estamos en una sociedad con tiempos acotados en donde todo debe ser planificado, las instancias de conversación deben ser entendidas como momentos de placer y goce por todos nuestros niños, jóvenes y adolescentes. Alguien dijo «La conversación es abierta, pura apertura, viaje a lo desconocido, para espíritus con tiempo, sin límites, sin normas, es, tal vez, una de las expresiones más altas de nuestra humanización». Humberto Giannini profesor de Filosofía chileno nos deja una frase que nos permite entender el diálogo y la conversación: «Conversar es acoger. Un modo de la hospitalidad humana, y para lo cual deben crearse las condiciones domiciliarias tanto de un tiempo libre como el de un espacio aquietado al margen del trajín». Hagamos de nuestros días tristes un espacio de conversación con los que amamos, no llevemos la pena a un post, ni la alegría a un mensaje de WhatsApp. No olvidemos a eros, que permite disfrutar al otro en su alteridad, y nos saca del infierno narcisista que predomina en la actualidad, el eros propicia un desreconocimiento propio y un vaciamiento del sí, actitud mediante la cual podemos acercarnos al otro con sinceridad y la apertura necesaria para poder mirarse a los ojos sin miedo a conversar.