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miércoles, julio 3, 2024
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El mundo de la inconsecuencia

Por: Matías Vidal Huichal

Sigue siendo característico del día a día dejarnos poco tiempo para la reflexión y meditación, naturalmente el efecto es siempre el mismo, un error al que nos queda atenernos a las consecuencias. La sociedad ha estado sufriendo muchos problemas psíquicos (espirituales diría un cristiano). Es esta la época que define de mejor manera la inconsecuencia, si, es un tiempo  nutricionistas gordos, doctores enfermos, peluqueros chascones, etc., – no hay nada contra los gordos, chascones ni enfermos – pero esta es una de las expresiones más evidentes que refleja el estado de los padres que castigan a sus hijos cuando buscan en las drogas o estupefacientes momentos de «relajación», en circunstancias que ellos esperan que ya estemos a viernes para poder destapar la botella, ¿Acaso no es inconsecuente castigar (a veces a golpes) a mi hijo cuando no hace lo que le digo, pues solo imita lo que hago? Si hubiera que expresar literalmente sonaría algo así: Hijo imita lo que digo, pero no lo que hago, porque no quiero que busques desestresarte con cosas que te hacen mal. Nos suena un poco raro esto, no es posible criticar a nadie por su estilo de vida, no existe en la tierra una autoridad moral para hacerlo, ni siquiera el papa, pues la naturaleza del ser humano es pecaminosa.

 No hay margen para criticar al individuo, pero es necesario detenerse a meditar cuando este quiere enseñar solamente desde la palabra y no la acción, pues esto es perjudicial para la sociedad completa, genera quiebres en todo orden de cosas, por ejemplo, cuando se plasma esto en las iglesias nacen los líderes religiosos que solo llevan un sermón de amor pero que a la primera explotan en carnalidad, y se repite el patrón, no podemos criticar que alguien explote, pero si hacerlo ver cuando la acción atenta contra su propia palabra, está el concepto de voluntariedad o libertad de acción o libre albedrío, como se quiera llamar, pero nunca deja de ser la vida misma la expresión de lo que soy, nunca es la palabra la que define qué padre soy, o qué vecino soy. Quizás agregarle «Y luego soy» a la famosa frase «pienso luego existo», nos hubiese facilitado más la vida. No soy pagano porque lo digo, sino que soy pagano porque lo hago, no soy padre porque doy instrucciones y castigo, soy padre porque asumo que mi hija necesita ver en mi un ejemplo, me privo y trazo un camino, no soy un pastor o curita por mi capacidad de oratoria, es por la vida que llevo, no es cordial quien vive hablando de cordialidad, es cordial quien lleva este lema a la práctica. Hay una idea filosófica que ha quedado muy arraigada en occidente, esta nace en Grecia el siglo V antes de Cristo: El sofismo, muy bien recibido por esos lares, no hacía mucho habían nacido en Mileto (ciudad griega) los primeros filósofos.

Este movimiento se caracterizaba principalmente por darle nacimiento a la oratoria y la retórica, llegaban incluso a afirmar que era más importante cómo defender las ideas que las mismas ideas, es decir, no importa la barbaridad que digas, era más importante tener palabras para defender aquella barbaridad. El hecho es que cuando nos ponemos a mirar la sociedad actual notamos que quienes dicen ser buenos padres están no más de 4 horas al día con sus hijos, quienes dicen estar al servicio del pueblo extienden reuniones de más de 2 horas utilizando 100 palabras en vez de decir: «sí, estoy totalmente de acuerdo» – es normal en política, pero vaya que expresan el sentido auténtico del sofismo -, quienes dicen ser cristianos aman los lujos igual que un pagano, profesores detestando a sus alumnos, médicos atendiendo sin ni un interés en que el paciente sane. Nos hemos quedado sin argumentos para que nuestros sucesores crezcan y se desarrollen como seres integrales, los smartphones nos han quitado a nuestros hijos, el trabajo nos hizo olvidar que nuestras manos igual pueden sembrar en el corazón de nuestros nietos. Los sofistas al menos defendían sus barbaridades con palabras, defendían sus ideas con el ímpetu de un grito, quizás hasta con agresión verbal, pero nosotros en pleno siglo XI hemos decidido cruzar los brazos, somos la sociedad de la inconsecuencia por excelencia. 

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