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martes, julio 2, 2024
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El mar de Puerto Saavedra no es como en las películas, es mejor

Por Daniza Hernández

Eran 26 los kilómetros que nos separaban del mar, los mismos que algunos de mis devotos amigos caminaban para la fiesta de San Sebastián y llegaban con los pies hecho girones, con una tremenda resaca y con el mejor humor del mundo; para la gente de la costa las vacaciones eran eso, la posibilidad de llegar al mar, aunque fuera caminando.

El mar del pacífico es helado, lo sabemos, pero aun así lo disfrutamos, porque aunque nos duelan hasta los huesos, es el mar que tenemos, el mar de los cochayuyos y el ulte, ese mar que no deja bañarse, que te apedrea los pies con insolencia, que de tanta fuerza hace hoyos en la arena, que se lleva restaurantes y hoteles como si nada, a ese mar salvaje me refiero, no al mar cálido que muestran en las películas noventeras, con chicas de traje baño rojo que salvaban vidas, acá el salvavidas tiene que ser, por excelencia hombre, guatón, moreno y mañoso, siempre mañoso, sino no puede ser salvavidas.

Aunque el mar se robaba en gran parte la película, la verdadera mística estaba en el ritual de acampar, naturalmente en el camping municipal, con sus baños malolientes, sus escasas medidas sanitarias, sus quitasoles de madera inútiles y sus escasos metros cuadrados para desplegar la carpa y todo el kit de camping de las familias de la época.

En ese tiempo, tampoco existía AIRBNB para reservar alojamiento, menos alcanzaba para quedarnos en un hotel, al hotel íbamos a pedir agua cuando se cortaba el servicio en el camping, era la aproximación más glamorosa a aquella estructura de bellos ventanales que miran el atardecer, sabiendo que tarde o temprano el mar se iba a comer el hotel, se iba a comer el camping, se iba a comer el pueblo, aunque se demorará una vida entera. Yo creo que es una sensación que todos hemos tenido, es como la crónica de una muerte anunciada, es como esa nostalgia de fin del verano, es como un amor intenso pero corto, pero suficiente para que ese recuerdo te acompañe toda la vida, así es el mar de Puerto Saavedra y todos, jóvenes y viejos, nos hemos enamorado frente al mar.

Otra de las aventuras era llegar a la zona de “Boca Budi” por el mar, acto verdaderamente suicida donde desafiábamos el roquerío y la fuerza de las olas y pasábamos a otro lado, para encontrarnos con un paisaje distinto, como una suerte de realidad paralela, más elegante y con un atardecer con filtro. Cruzar era mundial, era como subir en la escala social, daban ganas de sacar un traje de lino blanco y caminar por la playa como en los comerciales de Dolce & Gabbana, eso se me figuraba a mí, pero bueno, los lectores que me conocen, saben que a veces exagero, otras ficciono, pero nunca falto a la verdad, porque como diría García Márquez, la crónica es un cuento que es verdad.

Al cierre, venían las fogatas, donde alguien siempre sacaba una guitarra, una botella de vino y un rastrillo de canciones que, muchos años después, las hicieron karaoke, pero eran de fogata, las cantábamos en Puerto Saavedra y nos reíamos hasta la madrugada. Muchos años más tarde, cuando paso por fuera de algún pub de la capital, escucho que alguien, en algún karaoke las canta, pero siento que fueron robadas, que esas canciones pertenecen a la fogata, esa a la que todos fuimos, para besar a alguien, para reírnos, para sentirnos acompañados frente al mar, el helado e inolvidable mar de Puerto Saavedra.

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