Por: Claudia Lagos Serrano
Directora Ejecutiva de Fundación Integra.
Educadora de párvulos de la Pontificia Universidad Católica, con doctorado en Educación de la Universidad ORT de Uruguay.
Los períodos de vacaciones o receso educativo suponen, en el pensamiento de muchos adultos, momentos en los que se debe “asegurar” la entretención de niños y niñas, generando un sin fin de actividades y panoramas que impidan que el aburrimiento infantil asome. Es como si las capacidades parentales se jugaran en ello.
Hay varios supuestos detrás de esta idea que se sustentan más en las comprensiones y expectativas de la vida adulta, que en un verdadero conocimiento de las capacidades y maneras de actuar y disfrutar de niños y niñas.
Por un lado, está la idea de que la capacidad de generar diversión es externa y adulta, y por otro, que la entretención se sustenta principalmente en estar “activos”.
Contrario a lo que se pueda pensar, la disposición al ocio es una capacidad humana útil y necesaria, que puede ser cultivada y desarrollada desde los primeros años de vida. Permite descubrir habilidades propias, conocerse a sí mismo, orientarse hacia algún propósito, desarrollar la autonomía y la capacidad de tomar decisiones, por nombrar solo algunas de sus potencialidades. Porque no tener un plan da la opción de generarlo y con ello desplegar estas capacidades.
Crear, explorar, experimentar y disfrutar pueden ser consecuencias del ocio, y la generación a partir de ello, de experiencias desafiantes y entretenidas, el punto de partida en el desarrollo de un pensamiento divergente e innovador, clave para desenvolverse en el mundo hoy.
En el actual contexto de sobre carga mental y física generado por la pandemia, en el que el descanso es fundamental para un adecuado desarrollo y bienestar, la invitación es a confiar más en las capacidades de niños y niñas, acompañar su creatividad, observarlos y escucharlos, seguir su compás, pero, sobre todo, reconocer al ocio como su derecho.