Por Emilio Orive Plana
Dice Mercè Lorente, doctora en Filología Catalana.
«Las palabras son seres vivos: nacen, viven y mueren. Las hay que tienen una vida larga, pero también las hay que desaparecen antes de tiempo porque aquello a lo que dan nombre ya no existe o porque otras palabras las sustituyen».
Todo el tiempo, aún desde muy niño, los fines de año habían sido motivo de tristeza inexplicable y causa de risa para los que lo rodeaban, incluyendo sus padres a los que les era difícil entender su personalidad introvertida que se acentuaba con la llegada de Navidad y la noche de año nuevo.
– Este parece que anda siempre enojado, decían. La expresión «Juez de campo» con la que se le motejaba, calzaba a perfección por su manía de defender lo indefendible.
Ahora pienso que tal vez era algún tipo de depresión infantil a la que no se le daba la atención necesaria, creo que por ser de los menores en una familia numerosa, donde éstos heredaban lo que a los mayores les quedaba corto o estrecho.
También las prioridades más urgentes eran acaparadas desde el primogénito para abajo hasta la mitad del lote y, como las trancas no pasan como si nada sino que se quedan permanentemente dentro de las personas a la postre lo convirtieron en un niño taciturno y en un adulto un poco raro y difícil de entender con más sombras que luces, como muchos, me imagino.
El amor verdadero llegó después, y ya no pudo dejarlo, porque su pasión por la poesía y la prosa se transformaron en obsesión, además el arte de las letras vino a recordarle, algo tardío su niñez, cuando en alas de poesía solía remontarse a la copa de los árboles y más arriba, hasta las nubes de las cuales lo bajaba la voz atronadora de su padre que no entendía la sensibilidad del pequeño poeta.
Después, su salud algo quebrantada, vino a frenar un poco sus ansias de volar, porque lo que lo que antes fluía con la naturalidad de la infancia y adolescencia, ahora se transmutaba en obstáculos los que la fragilidad de la memoria lo hacía tropezar con más frecuencia y en aquel momento, cuando murieron las palabras, de súbito nació la música y el arte que seguía presente en su espíritu no lo abandonó jamás y sin importarle el qué dirán, siguió enamorado de su razón de vivir como en los años de su juventud o como en los días de soledad cuando los recuerdos se van adelgazando y se siente la despedida más larga.
Esta pequeña y sencilla historia puede ser la suya amiga o amigo lector, la mía o la de tantas otras personas mayores nostálgicas de su pasado, pero que aún se ilusionan como niños.
¡FELIZ NAVIDAD!