En un huerto de media hectárea, en el sector Rulo a 13 km de Nueva Imperial, se desarrolla hace 35 años el centro agroecológico Mongelechi Mapu. Este proyecto, impulsado por Lilian Barrientos y Gerardo Jara, cuenta con una larga trayectoria en la conservación y difusión de las semillas tradicionales y agroecología. Lilian Barrientos, ingeniera agrónoma de profesión, ha enfocado su trabajo a la agroecología, huertas campesinas y semillas tradicionales, comparte su visión y experiencia sobre la agricultura actual y las semillas campesinas.
¿Cuál fue su primer acercamiento con las semillas tradicionales?
Fue un proceso bastante largo y paulatino, de a poco me fui dando cuenta de la importancia que tienen las semillas tradicionales y el potencial que tienen, y eso ha sido paulatino, no es que siempre era consciente de eso (…) reforzado por la historia familiar, el darme cuenta de tener una madre y abuela huertera, y todo ese historial familiar de siempre estar cuidando semillas, el valor que tiene una huertera al cuidar una semilla, saber la historia de esa semilla y atesorarlas.
¿En su formación profesional, qué se hablaba dentro de las universidades o del área profesional sobre las semillas tradicionales? ¿Cómo esto ha ido evolucionando?
Es un tema totalmente invisibilizado, jamás se mencionó en la universidad este tema. Posteriormente, instituciones y organizaciones campesinas han mostrado y visibilizado la importancia que tienen las semillas campesinas. Es bien gráfico que, en la preparación de un profesional, incluso hasta la actualidad, se usan las palabras semillas mejoradas a las semillas comerciales. En cambio, hemos ido comprendiendo que las reales semillas mejoradas son las semillas campesinas, porque son resilientes, se adaptan a las condiciones de los suelos y todo el caos climático con mucha capacidad de adaptación, muy rusticas y a la vez productivas, toda esta complejidad e importancia se ha ido visibilizando en los últimos años con aportes de instituciones como el Cet-Sur y profesionales como Angelica Celis que nos fueron mostrando lo estratégico e importante de las semillas campesinas para la seguridad y soberanía alimentaria de los territorios.
Como profesional que ha trabajado en la divulgación sobre la importancia de estas semillas, ¿siente que ha habido una pérdida del oficio de guardianas de semillas?
No, es algo que ha ido aumentando. Eso también incluye a la sociedad en general e incluye a los consumidores. Precisamente por este efecto de las organizaciones campesinas del mundo, de difundir y mostrar las semillas tradicionales, son muchas las personas que nos preocupamos de conservar y difundirlas, y gran efecto de eso han sido los intercambios de semillas o trafkintu en esta región.
¿Usted ve auspicioso el futuro de las semillas tradicionales y de las personas que deben cuidar y compartir estas semillas?
Absolutamente, porque en espacios -por ejemplo- de ferias agroecológicas tienen público bastante más asiduo, que se va ampliando cada vez más, y ellos precisamente buscan esas semillas. Lo mismo con el tema de la circulación de las semillas tradicionales: es mucha más la gente que hoy día busca y quisiera comprar semillas tradicionales, porque saben de sus características.
¿Cuantas semillas reproduce y guarda? Y de esas que usted conserva, ¿hay alguna que le tenga un cariño especial?
Guardamos alrededor de 200 semillas, entre diversas variedades de hortalizas, ornamentales y flores. Hay muchas que uno le tiene un cariño especial, pero hay una que es emblemática y la que más cuidamos, que es la kinwa que nosotros le denominamos Kinwa patagónica “El espolón”. El Espolón era el valle donde vivió mi abuela en Futaleufú, y esa semilla ha estado en manos de la familia sin perderse por más de 100 años. Eso quiere decir que hay una responsabilidad de cuidarla, conservarla, mejorarla y evitar que se cruce con otras variedades.
¿Cuál cree usted que es el principal desafío para el futuro para los cuidadores de semillas?
Uno de los desafíos actuales son los temas legales que más bien protegen los intereses privados de las empresas y no están viendo los intereses de un bien común. La legislación termina privilegiando los intereses de los grandes conglomerados que han registrado semillas de las empresas privadas. En la legislación interna del país a veces se habla de las semillas tradicionales, de la soberanía alimentaria con los productos locales, pero la verdad, a la hora de las prácticas, se termina priorizando lo otro. Eso es una amenaza permanente.