Cledia Vásquez es guardiana de semillas, ex dirigenta campesina de la agrupación Mujeres Rurales y aromaterapeuta pero, sobre todo, es activista agroecológica -como ella se presenta-.Nacida en Puerto Saavedra, habitó a lo largo de su vida en distintos lugares de la Araucanía, y hoy tiene la oportunidad de residir a orillas del lago Budi, cerca de Puerto Domínguez.
Su predio es una muestra de su esfuerzo por regenerarlo y protegerlo poniendo en práctica la visión de la agroecología, convirtiendo un terreno antiguamente descuidado y dañado en un lugar colmado de árboles y vegetación. Vivir al lado del Budi también le demuestra los desafíos que persisten y que se convirtió en uno de sus grandes anhelos: trabajar por la regeneración ecológica del lago, que hoy presenta daños importantes por el uso de fertilizantes químicos en los campos aledaños.
¿Cómo fue su llegada a este sector?
Nací en Puerto Saavedra, pero por cosas de la vida mis papás se trasladaron a vivir a Nueva Imperial y yo ahí hice toda mi vida. Mi mejor amiga es de Puerto Domínguez y me invitó a su matrimonio, y aquí conocí a mi marido, ahí empezó la historia. Fue complicado llegar acá, porque esto no tenía ningún árbol, sólo eucaliptos, y se criaba mucho vacuno y ovejas. Eso a mí no me gustaba.
¿Cómo fueron sus primeros acercamientos con el oficio de guardar semillas?
Con mis amigas y mi suegra. Después me di cuenta que ese amor también estaba dentro de mí por mi abuela materna. Ella era huertera y mantenía chalotas, ají, ajo y su huerta todo el año. No fue algo que nació de repente, fue la conexión con la gente precisa. Y lo otro fueron los encuentros con el Instituto de Desarrollo Agropecuario (INDAP) y el trabajo del Centro de Desarrollo y Tecnología (CETSur), que también te preparaban políticamente para ser una especie de curadora de semillas y activista. Yo me considero una activista agroecológica, más que cuidadora de semillas.
¿Cómo ve el futuro del cuidado de semillas?
Es que es la única forma de que el ser humano tenga en sus manos el derecho a alimentarse. El tema del cambio o lo que se está viviendo a nivel global, que no sé si sea cambio climático o la temperatura del planeta, hay que bajarla. Las fluctuaciones de temperatura del planeta no nos permite tener semillas que no tienen historia. Es vital que nosotros – los campesinos y agricultores- tengamos el empoderamiento de volver a trabajar con nuestras semillas.
¿Cómo ve la relación del comercio y demanda de los consumidores, y su relación con que se mantengan estas semillas?
El año pasado fue un período de mi vida bien tambaleante donde tuve que tomar decisiones, y una fue seguir siendo activista agroecológica. Tenía mucha demanda de personas que necesitaban que esto fuera más grande.
La gente joven tiene otra mirada, se quieren alimentar bien. Hay mucha gente joven que busca ir a comprar donde haya algo que sepan que te ayuda a la salud, y hay que cubrir esa necesidad. Lo otro que a mí me preocupa mucho es la contaminación que tiene el lago Budi.
El lago tiene mucha nitrificación y contaminación por fertilización en terrenos aledaños, ¿no?
Sí, y tenemos varias propuestas. He tratado de meterme un poco en el plan Budi, que fue como una explosión de energía que vino a dar el Ministro de Agricultura y después se fue desinflando. La idea es hacer conciencia aquí en el territorio. Es importante entregar experiencias (agroecológicas), con las semillas, ayudar a que la gente se motive, con lo que se pueda hacer.