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martes, julio 2, 2024
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Occidente es un rey que no logra mirar su ombligo

Por: Matías Esteban Vidal Huichal 

Estamos frente a la disyuntiva más grande que se ha visto en las últimas décadas, al parecer nos excedimos con el uso de las conexiones artificiales.

Era un televisor en blanco y negro, una tele que parecía cajón de tomates y pesaba unos varios kilos, el color que llegó a esa pantalla dio paso a un disfrute distinto, por lo tanto a una dependencia distinta, nos acercaba más a una nueva realidad, eran los inicios de una civilización que se conecta con una realidad que procede del arte humano. Hoy en día la capacidad de conectividad que tenemos (aun siendo un país tercermundista) es de un país súper desarrollado, el saber está a un clic, despejar una duda está a unos 10 segundos, conversar con un asiático está a unos 25 segundos, leer el significado de una palabra a unos 5, ¿Estamos creados para tal velocidad? ¿No trae esta rapidez antinatura efectos contraproducentes? Es válido cuestionarse ¿es normal saber lo que pasa en medio oriente? por ejemplo, ¿sobre un incendio en EE.UU.?  Pero hay una sensación de que mirar hacia adelante la información global, nos lleva a olvidar cómo va nuestra ciudad, nuestra comuna, nuestra familia, pareciera que todo el desorden, la delincuencia y los males de la ciudad han sido olvidados por estar viendo el otro lado del mundo, ¿de dónde viene esta tendencia universalista que nos ve como una masa?, hay corrientes muy respetables de filosofía que suponen que la armonía de la sociedad se da bajo un principio de cohesión, la sabiduría de la antigua china habla de un equilibrio social constante, los estoicos hablaban de cómo estaban todas las cosas unidas mediante el espíritu que está en estas, el judaísmo tratando de seguir leyes de la torah como un pueblo, el cristianismo utilizando todos sus medios para establecer las bases de esta comunidad, todo esto sin embargo, requiere de individuos fuertes en su interior para ser parte de una comunidad, olvidarse de sí mismo arruina la comunidad o simplemente no se puede ser parte de esta. No es malo sentir pena por los inocentes que sufren producto de la pobreza, la escasez hídrica, la falta de alimentos, la falta de ropa para los pequeños de África, lo detestablemente malo es saber que en nuestro entorno hay gente pobre, sin ropa, sin alimento y desentendernos por diferencias absurdas, todos conocemos a niños que sufren violencia o vulneración de derechos, pero tenemos la mirada tan puesta en el mundo de allá afuera que se nos olvida que igual podemos hacer algo por nuestros cercanos. Nos quejamos del machismo que caracteriza a los países árabes, pero cuando ocurre un evento así en nuestro barrio guardamos silencio. No perdamos lo más valioso de nuestra comunidad, el tesoro de nuestra alma, nuestro espíritu, fuimos creados por el Demiurgo perfecto. El mundo occidental nos tiene acostumbrados a ver más allá, a ir más rápido, ha elevado tanto nuestras aspiraciones sensibles, que el alma y todo lo que esta trae pasan a segundo plano, hemos quedado reducidos a una realidad que no es nuestra, una realidad artificial, cuyas imágenes impactan tanto en la mente de una criatura que generan tantas secreciones hormonales como un medicamento nocivo, una realidad que la manejan unos pocos. Una familia fuerte es posible gracias al valor espiritual de cada uno de sus integrantes, las vírgenes prudentes hallaron inconveniente darle del aceite a las vírgenes insensatas, les dijeron más bien, vayan a comprar ustedes su propio aceite, hay un principio de individualidad pero ese principio responde a una cuestión netamente espiritual, cualquier forma de compartir o hacer caridad debe estar precedida por un alma fuerte, que conoce a su Dios, su ruego, su liturgia, sus sacramentos, sin embargo esto es imposible en una civilización en la que los individuos tienen una pantalla que los desespiritualiza. Es tiempo de detenernos a rezar por la paz del mundo cuando hayamos rezado antes por la paz de nuestro hogar, publicar muestras de apoyo a Israel o Palestina cuando antes hayamos hecho algo por la paz en nuestro barrio. Vivir conscientes es vivir mirándonos el ombligo. Si hemos perdido la capacidad de hacer esto, entonces hemos caído en el peor mal de todos.

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