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domingo, noviembre 24, 2024
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El mono desnudo

Por: Emilio Orive Plana

          ¿Dónde reside la cordura? ¿Y la buena voluntad que pregonamos en la Noche Buena pero que duró lo que una burbuja de jabón zarandeada por el viento? ¿O los buenos deseos para el año que viene y que nos gusta transmitir en la euforia de los abrazos como de costumbre? ¿Dónde está el amor del que tanto hablan, se pregunta o nos pregunta el trovador? ¿y en que recodo se nos extravió la tolerancia y la capacidad de ver la viga en nuestro propio ojo? y la paz que aquieta los espíritus ¿dónde estará.


Sin ni siquiera invocarla, volvió la violencia que los ilusos creían haber desterrado para siempre  después del acuerdo por la paz social y la nueva Constitución del 15 de noviembre de 2019 pero, tres meses después, el 9 de febrero de 2020, hace justo un año, el terrorismo, permanentemente negado que opera y envenena La Araucanía, quemó vivo a un camionero y de ahí la seguidilla de todos los santos días en atentados incendiarios no ha parado, desembocando el 10 de febrero con la quema en solo 24 horas de 15 camiones, 3 camionetas con un saldo de tres choferes heridos a bala lo que confirma que la violencia no  se fue con los abrazos y parabienes de unidad entre los de gobierno junto con algunos pocos de oposición y que solo merodeaba al acecho, latiendo más presente que nunca en los espíritus corroídos por el odio de afuerinos que no quieren paz en La Araucanía. Siempre existirán las razones, reales o no, que justifiquen la violencia que en realidad habita dentro de nosotros en el lado más oscuro de nuestro intelecto. En el pasado el motivo fue el alza de la locomoción en veinte centavos o de la chaucha como se dio en llamar en la primera mitad del siglo pasado. En el presente igual el alza, pero esta vez de $30, en el moderno metro de Santiago del siglo XXI dio suficiente fundamento para incendiar el país con la justificación de nuevas demandas que sirvieron de combustible para el descontento largamente contenido y activado por la chispa de la desesperanza de los desposeídos y siempre postergados chilenos sin privilegios.


             En Panguipulli todo el mundo se volvió conocedor de la causa, hablando del supuesto filo de un machete manejado por un esquizofrénico malabarista, comparándolo con el calibre de las balas percutidas por un revólver policial y fue la chispa que encendió el polvorín de la ira y nuevamente afloraron las pasiones más primitivas de la turba con la primera línea como carne de cañón extendiéndose a lo largo del país azuzados por las redes sociales que a menudo tergiversan los hechos fundamentados quizás por algún video mal interpretado o solamente por el hecho de sumarse al rebaño vociferante que juzga antes de escudriñar la verdad. A menudo hablamos de días de furia, de años o siglos violentos pero es como el cojo echándole la culpa al empedrado, porque no sabemos o no queremos reconocer, repito, que el mal habita desde siempre en el mono desnudo, desde que decidió bajarse de los árboles para mirar erguido el mundo que lo rodeaba como lo explica en su libro el zoologo Desmond Morris.

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